Las reglas estaban claras: sólo las manos. Nos reuniríamos en una habitación acondicionada por mí. Tendría libertad para preparar el escenario, podía utilizar cuanto quisiese. La cité a las 7 de la tarde; el sol aún brillaba pues era verano, la luz entraba poderosa por los amplios ventanales que daban a la terraza. Frente a éstos, una camilla de masajes era el único decorado, flanqueada por dos mesitas en las que tenía el material que iba utilizar. Ella entró, no podía hablar. Me miró sorprendida y le indiqué con un gesto que se tumbase. Cuando iba a hacerlo le dije: - desnuda, por favor- ella obedeció sin pestañear, y en un instante dejó caer su vestido blanco de algodón quedándose sólo con el culote. Se lo permití pues la visión de su cuerpo desnudo con la prenda era magnífica, apenas me podía aguantar. El sol caía sobre su espalda y le proporcionaba una sensación placentera de calor, era como un roce que te estimula sin quemar. Mis dedos se posaron en su espalda, la noté tensa, excitada.
- ¿Tienes calor?- negó con la cabeza.
- Estás sudando un poco- le dije, al tiempo que pasaba mis dedos por su espalda. Al llegar a tocar las braguitas, separó ligeramente las piernas. Casi fue imperceptible, pero lo noté.
- Relájate, me voy a tomar mi tiempo.
Tomé el aceite que había preparado y lo vertí sobre mis manos. La emulsión estaba compuesta por aceite de almendra dulce como base, más unas gotas de aceites esenciales de geranio, onagra, manzanilla, albahaca y petit grain. Una mezcla olorosa muy estimulante. Comencé a masajear su nuca. Los movimientos lentos, pausados le empezaron a relajar. Pronto aflojó sus músculos y se dejó llevar. Mis movimientos fueron ampliándose al resto de la espalda y me empleé a fondo. Un buen masaje debe ser pausado, generoso. La calma invade el ambiente y tus dedos se funden con el cuerpo al que tocas. Yo también estaba más relajado y mi polla no apretaba mi pantalón. De la espalda salté a los muslos. Se sorprendió, lo noté, pero no dijo nada, (no podía decir nada). Trabajé sus mulos y en seguida el resto de la pierna. Me detuve en sus pies. Primero con suavidad, luego con más fuerza, fui estrujando uno por uno cada músculo, cada articulación. Su rostro de lado reflejaba placer, casi una sonrisa. Dejé sus pies y empecé de nuevo a subir: tobillos, gemelos, rodillas, muslos. Empecé a acariciar su parte interna. La temperatura era mayor, casi ardía. Mi mano pasaba rozando su coño pero tan sólo un instante. Empezó a mover sus caderas al ritmo que mi mano la acariciaba. Mi mano se coló debajo de sus braguitas y seguí amasando sus glúteos. Mis dedos se colaban por la raja de su culo hasta llegar a tocar su coño. Ummmmmmmm, estaba empapada. El culote me molestaba, así que decidí quitárselo. Lo bajé lentamente. Al separarse un hilillo de fluido conectaba su sexo con ellas. Para entonces tenía su culo ligeramente subido, mostrándose, exponiéndose para mí. Vertí unas gotas de aceite en su culete y con mi dedo corazón le impregné su agujerito. Sus movimientos eran ya constantes y mientras jugaba con su culo se contraía su sexo. Empezó a gemir. A esas alturas yo estaba muy cachondo así que decidí quitarme la ropa y quedé desnudo, con una erección que me dolía. Seguí jugando con mis dedos y subía y bajaba constantemente pasando de un orificio a otro. Gemía cada vez más.
Se colocó boca arriba y separó las piernas intuitivamente. Yo no paré y empecé a masajear sus pechos con una emulsión de aloe recién cortado. El gel estaba ligeramente frío y sus pezones se pusieron como piedras. Mis dedos los pellizcaron con delicadeza una y otra vez y se excitó mucho más. Con la respiración entrecortada y moviendo sus caderas volví a dejar caer mis manos en busca de su coño. Un poco de aceite más y su vientre era mío. Su pubis era suave y su rajita mostraba un clítoris totalmente hinchado (y aún no lo había tocado). Se abrió completamente de piernas y entonces decidí verter de nuevo aceite, pero esta vez calentito. El secreto está en que no queme pero sí se note la temperatura. El efecto es bestial. Le fui echando gota a gota sobre el capuchón del clítoris y sus gritos eran ya continuos. Calenté mis manos con una botella casi ardiendo para que notase el fuego en mis dedos y así empecé a frotar su clítoris y su coño. Con una mano frotaba y con la otra le follaba su coñito. De vez en cuando también metía un dedo en su culo. La tenía empalada y disfrutaba como una perra en celo. Se corrió varias veces. La primera de un modo explosivo, mojándome. Luego encadenaba un orgasmo con otro gemido tras gemido. Yo no podía más, cogí mi polla y empecé a tocarla ante sus ojos. Su primera intención fue cogerla pero no la dejé. Empecé a masturbarme con movimientos lentos, arriba y abajo hasta que no pude más y con un grito me corrí en sus tetas. Estaba tan excitada que empezó a tocar su sexo y lo levantó ligeramente quedando a poco centímetros de mi cara.
Sé que estaba pactado. No debí hacerlo, pero me comí su coño y de un modo casi salvaje se corrió en mi boca. Ufffff, fue una sensación bestial.